Aprender a educar nuestros deseos

TRIBUNA / PSICOLOGÍA|ENRIQUE ROJAS

LA EDUCACIÓN es la base para edificar un proyecto personal adecuado. Y es necesario educar el deseo y el querer. El primero es anhelo, aspiración, conocimiento de algo que nos lleva en esa dirección, casi como un imán; es pasajero, transitorio, esporádico, como un chispazo que recorre nuestra mente por un rato. Querer es determinación y firmeza, pretender algo con toda la voluntad. El deseo y el placer forman un edificio común: el primero ocupa la planta baja y conduce directamente al placer, instalado en el piso de arriba; la escalera que los comunica es la imaginación.

El deseo está lleno de promesas. Tiene magia, embelesa, un tono embriagador y hechicero que nos conduce y fascina. Pero dejarse arrastrar por los deseos sin más suele ser poco maduro. Crecer es orientar la conducta en una dirección positiva; de entrada, cuesta mucho, pero a la larga nos hace personas.

El campo magnético de la afectividad forma una telaraña complejísima en la que los conceptos se cruzan, entremezclan, confunden, avasallan, entran y salen, suben y bajan, giran y vuelven a aparecer. Todo esto da lugar a una tupida red de significados en la que la imprecisión está a la orden del día, pues en la misma persona los usos, las significaciones y las andanzas biográficas cobran alcances y acepciones bien distintos.

Garantizar la vida afectiva requiere amor y conocimiento, emplazándola para que tenga el mejor desarrollo posible. Es un navío que suelta amarras y navega con el timón bien orientado, una ingeniería de vericuetos levadizos y caminos serpenteantes ajedrezados por el deseo y sus aledaños.

La afectividad es una materia singularmente maleable, difícil de apresar. Es un mar encrespado en el que casi todo salta mezclado. Todo en ella ronronea con inesperados cambios de ritmo, enriquecida por un muestrario de variados matices poblados de sombras. La plasticidad afectiva es sobresaliente.

El mundo de la afectividad está envuelto en una tenue neblina precisa e imprecisa, bien definida y excesivamente etérea. En este terreno tan movedizo es preciso definir bien los términos. Para alcanzar nuestro objetivo es importante deslindar los significados. Desear y querer son las dos caras de la moneda. Desear es anhelar algo de forma próxima, rápida, casi inmediata. Querer es pretender a largo plazo, pero sin la transitoriedad de lo anterior, especificando el objetivo, limitando los campos con la firme resolución de llegar a la meta cueste lo que cueste. Los deseos son más superficiales y fugaces. El querer es más profundo y estable. Muchos deseos son juguetes del momento. Casi todo lo que se quiere significa un progreso personal.

Parece que la inteligencia y la afectividad están casi siempre a la gresca. Lo cierto es que ir alcanzando una proporción adecuada entre ellas es una labor de filigrana. Lo que la inteligencia despierta, la afectividad parece que lo aletarga y entumece. Hay un bamboleo entre la vigilia y la somnolencia. El deseo busca la posesión cercana de algo, que se pone en movimiento sobre la marcha y tiene como motor el impulso de posesión; ésa es su dinámica: el querer aspirar a un objetivo remoto, que requiere algo concreto, bien diseñado y con la voluntad como motor, tras recorrer una larga travesía.

El problema que se nos plantea es catalogar bien las aspiraciones que emergen delante de nosotros. Unas son rápidas como estrellas fugaces en un cielo raso que pasan y desaparecen. Otras se fijan en la mente y ponen su nota inmóvil y agazapada, que consolida la aspiración. Las metas juveniles llegan a hacerse realidad si somos capaces de apresar el esfuerzo y de concretarlo en una dirección precisa. En las aguas, los ríos pulen las piedras, y éstas pierden sus aristas y se transforman en cantos rodados. La vida, con su maestría, otorga al querer su condición, meta que merece la pena. Siempre flota cerca del ser humano la tentación de abandonar la meta, cuando la dificultad arrecia y uno percibe que no debe seguir en la lucha. El que tiene voluntad consigue lo que se propone, a pesar de las mil peripecias por las que pasamos.

En el deseo, la seducción es la que manda. A partir de ahí se pone en marcha la inclinación, que va a intentar pasar por encima de muchas cosas para acceder al objetivo. Pensemos, por ejemplo, en el deseo de conocer a una persona que resulta bella, atractiva e interesante, a la que hemos conocido casualmente y que despierta en nosotros una cierta urgencia de saber quién es, a qué se dedica, qué tipo de vida lleva… Buscamos personas cercanas a ella para que nos la presenten y, mientras tanto, la imaginación va fabricando una visión de ella, con los escasos materiales de que disponemos. Y por fin se consigue acceder a esa persona. La primera vez que uno está con ella se bebe sus palabras y explora sus gestos con minuciosidad de entomólogo, saboreando su conversación. El deseo de profundizar en esa relación, que puede llegar a ser muy importante para uno, toma el mando de todas las iniciativas, deslumbrado por ese algo misterioso y especial en donde el enamoramiento puede brotar en cualquier momento.

En el querer manda el proyecto personal y la voluntad. Lo inmediato deja paso a lo mediato. Lo lejano dirige la conducta. La ilusión es el envoltorio de la felicidad. Los deseos son más epidérmicos. Querer es algo bastante más elaborado y hondo. El capricho es un deseo fogoso y exaltado, poco razonable, que pide ser saciado de manera inmediata.

Querer es la central telefónica en la que convergen todos los hilos de la afectividad. Los deseos son la clavija inmediata que nos conecta con la realidad circundante; si no se gobiernan, traen y llevan la conducta de aquí para allá con poco criterio. El querer, si no se le aplican con fuerza la voluntad y la motivación, puede quedarse a medio camino. El deseo puede representarse como un clásico balanceo de impulsos adolescentes, como la inercia del instante al borde del camino llamándonos con su tirón y algabía. En el querer hay más madurez y equilibrio; la alegría reconfortante, marina, fresca y escueta de ir marcando los tiempos para seguir avanzando y tirando los despojos de todo aquello que estorba y distrae de la trazada.

Aprender a domesticar los deseos indica equilibrio y sensatez. Que no sean un impulso giratorio, cambiante, que desplacen sus contornos en función de la excitación de cada instante. El deseo tiene algo felino, brusco, veloz, como un soplo urgente que se abre y se cierra sobre uno. En su ámbito, la provisionalidad se palpa y se toca, es casi como un reflejo. Desfilan los deseos delante de los ojos ante aquéllo que la retina refleja. La inteligencia templada, con la voluntad, discrimina su conveniencia y sabe decir que no en su debido momento.

Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría y autor de Amigos (Editorial Temas de Hoy).

No son justos ni democráticos

Pelé

«Los fichajes del Madrid no son justos ni democráticos»

Actualizado el 11/7/2009 – 07:58h

pele_1En unas declaraciones el diario vaticano «L´Osservatore Romano‘ el gran Pelé opinó sobre los fchajes de Kaká y Cristiano Ronaldo por el Real Madrid: «Sólo sé que no es justo, no es democrático. Es el grande que se come al pequeño y para el fútbol es peligroso».

¿Son el Milan y el Manchester United equipos pequeños? El fútbol es ley de oferta y demanda y todos los jugadores tienen un precio. Pelé marchó al Santos por dinero para terminar su grandiosa carrera. ¿Aquello era democrático y justo hace 35 años y ahora no lo es?.

Verdasco, primer punto

Actualizado el 10/7/2009 – 17:47h

El tenista español Fernando Verdasco cumplió con los pronósticos y dio a la ‘Armada’ el primer punto de la eliminatoria de cuartos de final de la Copa Davis ante Alemania al derrotar en cinco mangas al debutante Andreas Beck.

El madrileño, número uno español en ausencia del lesionado Rafa Nadal, sufrió mucho para superar al germano por 6-0, 3-6, 6-7(4), 6-2 y 6-1 después de tres horas y diez minutos de un partido en el que evidenció altibajos, pero que terminó resolviendo gracias a su mayor experiencia.

Lo que nuestro mundo necesita

Lo que nuestro mundo necesita: amarse de verdad

10/07/2009 | Pedro Juan Viladrich*

familiahijosBenedicto XVI acaba de publicar su tercera encíclica: ‘La caridad en la verdad’. Había gran expectación. No ha defraudado. Mediante una introducción, una conclusión y seis capítulos, contiene un diagnóstico de la crisis de nuestro mundo y una propuesta de tratamiento que va directo al núcleo de la cuestión humana, económica y social. El sello Ratzinger atraviesa todo el texto, aunque es una culminación del camino iniciado por León XIII con Rerum novarum y proseguido por Juan XIII con Pacem in terris, Pablo VI con Populorum progressio y Juan Pablo II con Centesimus annus. Estamos, en consecuencia, ante una expresa actualización del “humanismo cristiano” y de la llamada “doctrina social de la Iglesia”, vertebrando la verdad sobre la vía maestra de la caridad -del amor integral y excelente- que es esencia de Dios y meollo del cristianismo, según la anterior encíclica del propio Benedicto XVI, ‘Deus caritas est’. Al recordar esta sucesión de encíclicas, lo que deseo subrayar es el “aterrizaje” al núcleo de la fe y del obrar cristiano. Benedicto XVI lo ha dicho con definitiva rotundidad. El cristianismo no es una ideología o un código moral. Antes que nada y sobre todo es un encuentro personal de amor con Dios, que se traduce en amar de veras y en concreto al prójimo como Jesucristo nos amó con su encarnación, muerte y resurrección. El resto son los medios, no los fines.

De nuevo en esta encíclica, Benedicto XVI insiste en este meollo: “La caridad en la verdad… es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor -caritas- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta”. Toda la encíclica -y esta es nuestra primera observación- se fundamenta en la inseparable armonía entre amor y verdad. Desde esa armonía, los seis capítulos van aplicando esta perspectiva a la descripción de los males que aquejan a nuestro mundo y a la propuesta de soluciones. El texto tiene un extraordinario valor. La fuerza y la claridad de la secuencia racional. Su orden y cadencia sistemática. La articulación entre razón y fe. Abre un horizonte muy amplio de cuestiones candentes, las recorre con profundidad, las esclarece con una luz poderosa y diferente. Quiero decir que no encuentro, entre los líderes mundiales de hoy, ni políticos ni religiosos, nadie que pueda decir y diga lo que dice Benedicto XVI.

Un ofrecimiento, no un ‘diktat’. Esta es una segunda observación, válida para tirios y troyanos, creyentes, agnósticos o ateos. Con la luz y autoridad que habla este Papa de la verdad y del amor hoy no habla nadie. Lo que dice, ningún otro líder lo dice. Benedicto XVI ofrece -no impone- a la libertad y a la razón de la humanidad la fórmula de la “caridad en la verdad” y la aplica a los diversos y muy concretos aspectos de la crisis global. Es un ofrecimiento, no un diktat. ¿Con qué armas podría imponerse este octogenario Papa en comparación con las que tienen y usan los poderosos del mundo, los del G8 más el G5 reunidos estos mismos días en L’Aquila? Ni las tiene, ni las añora, ni las necesita. ¿Por qué? Porque ni el amor ni la verdad auténticos necesitan, para ser amor y verdad, de la imposición y de la violencia contra la libertad, los derechos y el respeto debidos a la dignidad de cada persona humana. Esta es una profunda evidencia, de la que los cristianos han de ser los primeros en comprender y cumplir en la vida personal, familiar, económica, social y política. Poca o ninguna verdad hay en aquella que sólo existe en tanto y en cuanto se impone a la libertad, usando las armas del poder y su coerción. Poco o ningún amor hay en aquel que, devastando la libertad y el respeto, busca imponerse mediante el engaño, la manipulación o la violencia.

Al comentar la encíclica, con la premura que exige la actualidad, los medios de comunicación han resaltado algunas propuestas novedosas. Es cierto que esta encíclica anticipa un diagnóstico y un tratamiento especiales para un mundo globalizado. Es la primera vez que el mundo es visto tan expresamente global. En este sentido, quien lea la encíclica se verá, en cierto modo, transportado a un palco desde donde se contempla lo que va a ser el siglo XXI. Y bajo esta perspectiva, resulta lógico que descuelle la propuesta de una urgente reforma de la Organización de las Naciones Unidas y de la que Benedicto XVI llama “la arquitectura económica y financiera internacional”, con el fin de dar contenido concreto real a que la humanidad, siendo una familia de naciones, es “una familia” al fin y al cabo. Más profunda, más “histórica” que dichas reformas, es el impulso explícito de la Santa Sede a la necesaria instauración de una verdadera y efectiva “autoridad política mundial“. La encíclica, ahí, anticipa con esa institución global futura el instrumento político con el necesario poder para acabar con lacras que denuncia como intolerables: el hambre, la miseria, las enfermedades endémicas, el analfabetismo, la violencia y las guerras. Son muy importantes las demandas de reconocimientos como derechos humanos del derecho a la alimentación, al agua y, sobre todo, la explicación de la importancia civil del reconocimiento de la libertad religiosa, de su aportación social y a la conciencia moral, junto a la imperiosa necesidad de una auténtica ecología de la naturaleza humana, que no se contradiga entre la naturaleza física del planeta, su flora y fauna, con una verdadera “ecología humana” que comienza por un respeto al derecho a la vida de cada ser humano desde su concepción hasta su muerte natural.

En este marco, hay que subrayar advertencias llenas de agudeza y experiencia, como las limitaciones de las instituciones, las simplificaciones y estrecheces de las ideologías, la corrupción e ilegalidades que esterilizan las ayudas internacionales, los riesgos de los tecnicismos que confunden la verdad con lo simplemente factible, con su eficiencia y rentabilidad. ¿Por qué cualquier medio institucional o técnico no es, de suyo, la panacea? La respuesta es como el sol: sobreabundantemente luminosa y sencilla. Porque “el desarrollo es imposible sin hombres rectos… que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación profesional cuanto la coherencia moral”.

Un mundo enfermo de las mil variantes de la mentira. Nos hemos propuesto, como es lógico, ofrecerles algunos apuntes. El texto es muy rico y complejo. ¿El punto más importante? Lo sintetiza el título: ‘Caritas in veritate’. Nuestro tiempo camina hacia una organización unificada del mundo, que no necesariamente será más justa, pacífica y humana. Urge, pues, inyectar a este mundo globalizado más verdad y más amor, pues está enfermo de las mil variantes de la mentira y del odio egoístas. Pero ni la verdad puede ir sin amor, ni el amor sin la verdad. De ahí que, a nuestro criterio, la articulación entre amor y verdad es la clave central de la encíclica. En este sentido, reproducimos el pasaje fundamental: “Soy consciente -dice Benedicto XVI- de las desviaciones y pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida… En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales… Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la economía de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad… Sólo en la verdad resplandece la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. En la verdad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez “Agapé” y “Lógos”: Caridad y Verdad, Amor y Palabra.”

Dejando, por fortuna, el tintero de la encíclica todavía lleno a rebosar, me atrevo a sugerir una última nota. ¿Pondrán las escuelas de negocios, en manos de instituciones católicas, esta encíclica como texto fundamental o como “maría” y música celestial? Los beneficios y ganancias -les dice Benedicto XVI- sólo son útiles si se orientan a un fin que les da sentido -caritas in veritate- tanto al adquirirlos cuanto al utilizarlos. Sin referencia al bien común y obtenidos sin moral… acaban destruyendo la riqueza y creando pobreza. Sobran comentarios.

(*) Vicepresidente del Grupo Intereconomía

“Mamá, me aburro”

“Mamá, me aburro”: la vida sin tiempos muertos

11/07/2009 — Moral y Luces

cos-0207-esg“Me aburro”. Repetida como el mantra del verano, es la queja cotidiana de un niño en vacaciones, enfrentado de repente a horas en blanco tras meses de actividad frenética, de madrugones, clases y extraescolares. Contra el aburrimiento poco pueden los campamentos, las mañanas en la piscina, los innumerables artilugios electrónicos del paisaje doméstico -desde Internet a las consolas, pasando por la tele o los móviles-, ni siquiera las pantallas de DVD que muchos coches incorporan ya para hacer más llevaderos los desplazamientos.

El “me aburro” es una tortura para los padres, que se sienten obligados a llenar todos y cada uno de los ratos de ocio del menor como si fuera responsabilidad suya también que el niño esté continuamente entretenido.

Pero tampoco los mayores se libran de experimentar cierto hastío en su tiempo libre. El ocio, conquista social, un derecho fruto de la limitación de la jornada de trabajo, es para muchos un pozo sin fondo, porque, más que un espacio para la recuperación o construcción personal, se ha convertido en un bien de consumo, con una oferta permanente en la que, de manera similar a la naturaleza, en la que la función crea el órgano, más posibilidades generan más y más necesidades.

Como en otros muchos ámbitos, la calidad y la cantidad del tiempo libre dependen tanto del estilo de vida habitual como de una buena administración y gestión del mismo. Por eso hay una relación directa entre las actividades del curso y la aparente frustración -en forma de hartazgo, de insatisfacción o tiempos muertos- que puede generar un prolongado periodo de vacaciones. Porque sí, pese a la abundancia de estímulos exteriores, los niños se aburren. “Se aburren precisamente por eso, porque tienen todo el tiempo ocupado, pautado, y en un tiempo muerto no saben qué hacer”, explica Angustias Roldán, psicoterapeuta y profesora de Psicología Clínica Infantil y Adolescente de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. “No sólo es el aburrimiento, ahora los niños están estresados, los padres los apuntan a todo, pensando que lo están haciendo mal si el niño se aburre, y no es así en absoluto. No podemos solucionar su aburrimiento jugando siempre con ellos”, advierte.

Aviso para padres superados por la letanía del “me aburro”: el aburrimiento, lejos de ser una condena inapelable, tiene también aspectos positivos. “Es bueno porque estimula la creatividad; ayuda al niño a observar, a reflexionar, a imaginar, a crear. Antes nos inventábamos juegos con un palo y unas piedras; ahora, en cambio, todo está pautado y el margen de creatividad es mínimo. Además, la sobrecarga de actividades también favorece el aburrimiento. El tiempo muerto es un espacio en el que el niño aprende a estar consigo mismo, así gana autonomía y no depende tanto de cosas externas, como horarios o actividades impuestas, o de los mayores”, subraya Roldán.

Cuando hablamos de aburrimiento, lo hacemos también de otros sucedáneos como embotamiento, malestar vago e indefinido, hastío, monotonía, aislamiento, ensimismamiento: sensaciones que según los psicólogos definen el estado opuesto al entretenimiento. Pero en lugar de remediarlo con profusión de estímulos o actividades, la receta consiste en prescribir calidad. “Muchos de los estímulos que reciben los niños son apabullantes, lejos de desplegar los sentidos los bloquean. Si pensamos, por ejemplo, en la televisión, a menudo, se produce un asedio por dos sentidos -vista y oído- que dejan al niño desprovisto de parte significativa de su actividad mental. A la larga, como la televisión se lo da casi todo hecho, se reduce la imaginación y es probable que cuando no esté frente a la pequeña pantalla le cueste más hallar actividades gratificantes. Ésta es una de las consecuencias del uso abusivo de los medios audiovisuales, algo que por otra parte hace una parte considerable de los menores en España”, asegura Valentín Martínez-Otero, psicólogo y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. En España, los niños ven de media la televisión 218 minutos al día (3:40 horas). No existen datos de cuánto se incrementa el consumo en vacaciones.

No hay un prototipo de niño aburrido, como tampoco un carácter especial o una circunstancia concreta que predisponga a los menores a aburrirse. “No tengo ninguna evidencia de que las características de la personalidad o el sexo tengan la menor influencia en el aburrimiento, aunque sí es cierto que los chicos más activos, cuando no tienen nada que hacer, se aburren con mayor facilidad que los más tranquilos”, asegura el psicólogo Jesús Ramírez Cabañas, que aconseja “organización familiar” a la hora de encarar el amplio paréntesis vacacional de los menores. ¿Cuál es la receta? “Planear una serie de actividades diarias que incluyan un repaso a las materias vistas durante el curso, y otras de carácter más lúdico, como los juegos de ordenador y de consola, controlando que no sea un tiempo excesivo. Es conveniente que haya cambios de actividad lo más continuos posibles”, recomienda este psicólogo educativo.

Los niños y los adolescentes se aburren de manera distinta. “Los adolescentes nunca te dirán que se aburren”, apunta Angustias Roldán; “para los niños la clave está en jugar, para los adolescentes, en hablar.

Pero el aburrimiento en los adolescentes es el mismo, aunque con unos componentes distintos”. La necesidad de hablar explica tal vez el éxito de las redes sociales de comunicación, aunque la mayor parte de las veces ésta se reduzca a la emisión de gorjeos (tweets, que da nombre a una de las más usadas, Twitter, significa eso en inglés) en forma de unos pocos caracteres con una transmisión de información mínima.

El ocio ocupa el 28% de la jornada diaria de los españoles de 15 a 24 años, según el estudio Panorama de la sociedad 2009 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que recoge datos relativos a 2006 y 2007. Para la mayoría de los jóvenes españoles de 15 a 29 años, el ocio parece además ser un fin en sí mismo, a juzgar por el sondeo de 2009 sobre la juventud española del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS): para el 46,9%, el tiempo libre se sitúa por encima de la sexualidad en el orden de preferencias; el disfrute del sexo ocupa un discreto segundo plano, con el 40,9%. Un tercio del total del ocio diario lo ocupa la televisión, según el estudio de la OCDE; poco más o menos, el equivalente al 30,9% que los jóvenes de 15 a 29 años declaraban dedicar a ello en el sondeo Cifras Jóvenes, del Instituto de la Juventud, hace casi una década, en 2001.

Alguna mente aviesa podría fácilmente establecer una inequívoca relación causa-efecto entre el abundante consumo televisivo y el aburrimiento en el tiempo libre, pero éste, igual que la satisfacción, no deja de ser una percepción subjetiva. También lo es la experiencia de la rutina, que deriva a menudo en el aburrimiento -y que, por tanto, invadiría también el tiempo ocupado-, aunque en teoría son dos cosas bien distintas. “Aunque hay cierta asociación entre aburrimiento y rutina, cabe señalar que el aburrimiento es sobre todo un estado personal y la rutina una actividad exteriorizada. La rutina está condicionada por las actividades cotidianas que realizamos, pero en parte depende de uno mismo”, señala Martínez-Otero. “Se puede estar muy aburrido aunque se varíen las actividades y se pueden encontrar motivos de distracción en la cotidianidad, pero, en efecto, es más fácil aburrirse cuando las actividades realizadas son siempre las mismas”.

Todas las opiniones recabadas remiten a una conclusión, la de que conviene acabar con la mala prensa del aburrimiento porque, además de inevitable, también puede resultar positivo (o cuando menos, a veces, reparador). Pero en la práctica no resulta tan sencillo, porque el ocio se ha convertido en un bien de consumo obligatorio. Por ejemplo, entre los mayores está aún peor visto que en los niños desperdiciar las horas libres sin hacer nada; una cierta sensación de culpa se adueña de quien, el lunes, no puede desplegar ante los compañeros de trabajo el abanico de actividades desarrolladas durante el fin de semana.

Tanto para los jóvenes como para los adultos -y cada vez más para los niños- “el ocio ya no es un tiempo muerto que se llena, sino una opción más de consumo”, advierte el sociólogo Antonio López, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), que establece un paralelismo entre el horror vacui que a muchos les provoca el ocio -y por ende la necesidad de llenar hasta el último minuto de actividades- con el uso compulsivo del móvil, “ese hablar, y hablar, y hablar, y no decir nada”. “La gente busca una experiencia instantánea, una satisfacción inmediata, a ser posible fuerte, como una cogorza rápida en el caso de muchos jóvenes, pero eso no te aporta nada”, subraya el sociólogo. El dolce far niente, aquello de tumbarse a la bartola y pensar en las musarañas, ha pasado a la historia por el imperativo productivo del ocio. Un ejemplo, la oferta de turismo activo, cada vez más frecuente en los programas de las agencias de viajes o en Internet, se supone que para evitar la tentación de la tumbona y la mente en blanco. Pero ¿hay algo de malo en relajarse? ¿No puede producir también estrés un ocio demasiado movido?

Puede que la respuesta esté en el hecho de que el ocio mueve también una industria, la de “gente y servicios en funcionamiento las 24 horas del día, mañana, tarde y noche, para satisfacer nuestras necesidades”, señala López. “Cada vez hay más tendencia a la programación de la vida ajena, por ejemplo, la teleprogramación ofrecida por las ‘agencias de la diversión oficial’, con lo cual un buen número de personas se convierten en presas de la inhibición y la pasividad”, considera el psicólogo Martínez-Otero.

La variable económica del ocio conlleva otra de estratificación social. “El ocio nos especifica y nos estratifica socialmente. Por eso muchos jóvenes hacen botellón igual que muchos adultos se apuntan a un club deportivo, como un marcador social”, como un elemento definidor, en suma, de la grey a la que se pertenece.

El ocio, en suma, entendido como símbolo de estatus social, como lo catalogó el economista estadounidense Thorstein Veblen a finales del siglo XIX en La teoría de la clase ociosa.

Antonio López apunta una tercera dimensión del ocio que, ésta sí, incide en su faceta de “mecanismo para la realización interior”. Pero para ello, para que el ocio “te realice personalmente y te enriquezca”, son necesarias “habilidades personales y culturales”. “Es más razonable un ocio maduro”, bromea el profesor de la UNED desde la atalaya de sus “cuarenta y tantos”; lo contrario, la acumulación de actividades sin freno, “no es más que una repetición de actos adictivos, casi obsesivos”. Pero, ya sea de calidad o a granel, lo cierto es que el ocio es una indudable necesidad, como demuestra el hecho de que sea un indicador para medir el desarrollo de las sociedades, presente desde el Programa de Desarrollo de la ONU al citado estudio de la OCDE; el último escalón de la pirámide de necesidades humanas teorizada por Abraham Maslow en los años cuarenta del pasado siglo.

En la encuesta sobre ocio y tiempo libre del Instituto de la Juventud (2001) sólo el 3,5% de los encuestados declaraba haber estado “aburrido” en los últimos tres meses. El grado de satisfacción con respecto al propio tiempo libre es en general bueno: el 25,2% se declara “muy satisfecho” y el 51,6%, “bastante satisfecho”. Pero existen amplios colectivos donde el ocio no es una opción personal ni de consumo, sino antes bien un lujo teórico (es el caso de los mayores, los parados, los presos), y otros en los que el tiempo arrastra una percepción más subjetiva si cabe (los enfermos y los convalecientes, por ejemplo). Sólo en un número muy reducido de casos, el aburrimiento es patológico, es decir, un claro síntoma de alguna patología como la depresión. “La instalación en el aburrimiento, la incapacidad de disfrutar, eso que en psicología llamamos anhedonia, puede estar asociada muchas veces a una patología depresiva”, recuerda el psicólogo Martínez-Otero.

Niños, adolescentes, jóvenes y adultos se enfrentan al ocio desde circunstancias diferentes pero, en el fondo, de una manera bastante parecida: con la meta de la satisfacción personal. Pero ¿qué sucede con las mujeres? ¿Hay hueco para el ocio en su doble jornada laboral? Por la conciliación de la vida laboral con la familiar, las mujeres saben distinguir muy bien entre dos conceptos que, a priori, pueden parecer sinónimos (y que puede que sí lo sean para el resto de la humanidad): tiempo libre y ocio. Si el resto de la humanidad puede disfrutar de horas muertas, o fastidiarse con ellas, las mujeres deben conformarse con unas pocas horas sueltas en las que el apetito de satisfacción personal está casi siempre supeditado a la atención y al cuidado de lo privado, es decir, de lo familiar.

El estudio de la OCDE alerta de las ostensibles diferencias de género que se dan en el ocio: las mujeres españolas disfrutan de 50 minutos menos al día que los hombres, es decir, casi 13 días menos al año. Pero encierra también alguna trampa de concepto, como por ejemplo clasificar el “cuidado personal” dentro del ocio (en España, las mujeres le dedican a diario 20 minutos más que el hombre); la segunda, y definitiva, es no reflejar la distinción entre tiempo libre (es decir, no laboral) y ocio. Cualquier mujer trabajadora, con cargas familiares, sabe muy bien que se trata de conceptos -y realidades- distintas. “Si hay un ocio para las mujeres -y especialmente para aquellas que son madres-, se trata de un ocio dedicado a la familia, al cónyuge, los hijos o cada vez más a los mayores a su cargo”, subraya Nuria Chinchilla, profesora del IESE y miembro del comité ejecutivo de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España. “El ocio no es simplemente no hacer nada, sino hacer algo que te enriquezca, formarte, etcétera”, añade Chinchilla, quien alerta del pernicioso modelo imperante en la gestión del tiempo: “Estamos generando niños adictos a la actividad”, reflejo de la ajetreada vida de los mayores, “modelada por imperativo de las empresas y de unos horarios imposibles”.

MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO

Los malos ejemplos educativos

viernes, 10 de julio de 2009
Ignacio Sánchez Cámara


Gaceta de los Negocios

Nos quejamos de la mala educación. Y sobran razones. Tanto en el sentido de la urbanidad, renqueante o extinta, como en su sentido intelectual y moral. Conviene, siempre, criticar con cautela y modestia (a ser posible, no falsa), pues el crítico suele presuponer que su Almudi.org - Ignacio Sánchez Cámaraeducación es buena, aunque haya sido impartida por padres o en centros educativos que detesta.

Siempre me ha admirado esa exhibición de buena educación por parte de quienes aborrecen la recibida. O no era tan mala, o ellos son gigantes que han sabido labrarse titánicamente la suya. Tampoco es imposible que constituyan perfectos ejemplos de la mala educación que deploran.

Hecha esta prudente salvedad, y siempre temerosos de agrandar la mota en la mala educación ajena, no cabe duda de la extensión, casi imperial, de la mala educación. Pero cualquier deficiencia educativa procede de los malos ejemplos. Uno es, en el mejor de los casos, una imperfecta copia de sus modelos.

Pero los modelos dependen de los valores y del establecimiento de la correcta jerarquía entre ellos. Claro que hay males en el sistema educativo, pero acaso sean más consecuencia que causa. Si la educación se desliza por la pendiente de la falta de exigencia y disciplina es porque, previamente, se ha devaluado la estima social del esfuerzo y la disciplina.

Si falta libertad, es porque previamente se ha devaluado el aprecio social de ella. Si el Estado aspira a imponer su hegemonía en la educción, es porque previamente, o a la vez, la sociedad y los padres hacen dejación de sus derechos y, sobre todo, sus deberes.

Tengo para mí, acaso me equivoque, que el mal radical está en los modelos (mejor, contramodelos) que se ofrece a los niños y adolescentes. Lo que se aprecia parece ser el éxito, pero un éxito falso que se asienta en la popularidad y en la riqueza. El daño que puede hacer la asignatura de Educación para la Ciudadanía es casi una bagatela comparado con el mal irreparable que producen las series (no todas, pero casi) de televisión o los falsos héroes mediáticos, ya lo sean del deporte o del arte popular.

En el deporte, la calidad es más difícil de simular, pero no siempre el valor humano acompaña al deportivo. En las artes populares, la mediocridad estética suele, aún así, ser casi ejemplar comparada con la ausente ejemplaridad moral. La crisis de las familias hace el resto. ¿Dónde está el espejo moral e intelectual en el que modelar la vida emergente?

Nuestra crisis es, si estoy en lo cierto, una crisis de ejemplaridad y de modelos; en realidad, de ausencia de ejemplaridad y de existencia de falsos modelos. La ejemplaridad se ha paseado hoy también por el callejón del Gato y se ha reflejado en sus espejos cóncavos. Es deforme y esperpéntica.

Ahí reside el problema. Por tanto, también la difícil solución. Max Scheler habló de tres modelos ejemplares: el genio, el héroe y el santo. Hoy han sido sustituidos por el rico, el poderoso y el famoso. No cabe más intensa decadencia. La única revolución deseable es ésta que afecta a los modelos. Ésta es la tarea. A nadie se le puede escapar su inmensa dificultad. Pues cuando la percepción de lo ejemplar se ha obturado, queda el camino franco para los sucedáneos.

El verdadero genio es sustituido por su falsificación. El héroe es desfigurado por el hombre de éxito, inmediato y perecedero. Y el santo casi mueve a la conmiseración o la risa. Sólo queda ensayar el desenmascaramiento de los malos ejemplos.

Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho

«Llevaba los encierros en la sangre»

(PD).- «No hay nada que ocultar, sabemos que suena a tópico, pero era muy buen chaval; un tío sano». Daniel Jimeno Romero, de 27 años y natural de Alcalá de Henares (Madrid) se ha convertido en la primera víctima de los Sanfermines de 2009 y la número 15 de toda la historia de la fiesta después de recibir una cornada en el cuello. Este buen chaval tenía una pasión: los toros.

Hijo y nieto de pamplonicas, lo llevaba en la sangre. Como afirma El País, corría en todos los encierros que podía y desde hace años acudía también a San Fermín cada mes de julio, según cuentan sus amigos. Por eso todos aseguran que era plenamente consciente de lo que hacía cuando se ponía delante de los toros. «El día antes de correr se acostaba temprano. Al levantarse se tomaba un buen desayuno, unos huevos fritos con patatas y se preparaba a correr», relataba Javier, uno de sus amigos de la infancia. «Y era tan estricto que si un día se acostaba más tarde de la cuenta o bebía algo, al día siguiente no participaba en el encierro», añade.

NADA CAMBIARÁ

El Ayuntamiento de Pamplona defendió hoy que todos los días durante los Sanfermines toma medidas para reforzar la seguridad del encierro y concienciar a los corredores sobre el peligro de la carrera y la importancia de correrla de modo adecuado. Sin embargo, no todos opinan igual. El Mundo le dedica un editorial exigiendo mayor seguridad:

La modernización de las corridas de toros o de espectáculos como el de la Fórmula 1 no han mermado en absoluto su seguimiento. Por ello resulta chocante la respuesta de ayer de las autoridades pamplonesas, que subrayaron que pese a la muerte de Daniel nada cambiará. Tal actitud de renuncia ante lo que se afronta como un infortunio entronca con el casticismo y con el espíritu de Hemingway, el gran divulgador de los sanfermines. Para el Nobel, la fiesta de los toros estaba indefectiblemente ligada a la muerte. Pero en la sociedad actual lo que cabe esperar de los poderes públicos no es el fatalismo sino la capacidad de encontrar soluciones a los problemas.

CONSTERNACIÓN

Pamplona y Alcalá de Henares compartieron ayer un día de consternación. En la capital navarra varios de los actos previstos, como la Misa del Día del Mayor o la corrida de toros .se tuvieron momentos de recuerdo para el joven madrileño. El Ayuntamiento de Pamplona colocó un lazo negro en la página web municipal y ha recordado las medidas de seguridad del encierro para concienciar a los corredores sobre el peligro de la carrera. Mientras, más de 200 personas se concentraban en Alcalá de Henares para guardar cinco minutos de silencio.

Convocada por la peña Puerta de Alcalá, de la que era miembro fundador el fallecido, en la concentración estuvieron presentes los miembros de ésta y otras peñas de la ciudad, numerosos vecinos y amigos, así como la familia de Cristina Ferrer, novia del joven.

«Era increíble», dijo la madre de Cristina. Los compañeros de Daniel no podían creer que «le haya pasado esto al más grande». Su mejor amigo, Sergio Rodríguez, vio a Daniel por última vez el pasado jueves. «Tenía la misma ilusión que todos los años», señaló, y añadió que tenía previsto volver la próxima semana a Alcalá, una vez que acabaran las fiestas de Pamplona, y organizar el fin de semana que, como cada año, pasaría en la playa junto a su grupo de amigos.