
Se quedó corto Arturo Graf -el poeta italiano y profesor de literatura en Roma y en Turín- cuando estimó muy cuerdo avisarnos que “el país de la locura y el de la sabiduría son limítrofes y de fronteras tan inciertas que jamás puede uno saber con seguridad en cuál de los dos países se encuentra”. Graf constató esa dificultad allá por 1870, con Garibaldi entrando por la Puerta Pía de los Estados Pontificios, cuando la sociedad tradicional estaba ya preñada del convulso mundo moderno. Hoy, para distinguir un cuerdo de un loco ya no sirve siquiera acudir a un superespecialista mundial. Hoy, simplemente, parece haberse extinguido la cordura. Es el manicomio global.
Se nos muere el cantante pop Michael Jackson, víctima de sus excesos. Y, según cuentan, ya son doce los que se suicidan porque no pueden soportar la vida sin él. En otra cultura y tiempos, cualquiera se hubiera preguntado por qué no pueden vivir sin él, si mientras estaba en este mundo Jackson vivió sin ellos y ellos sin él. Se me dirá que no era la persona, con la que ninguna intimidad ni confianza reales tuvieron. Que es el ídolo quien se les ha muerto. Y claro está, en el manicomio global, sin uno o varios ídolos no vale la pena vivir. No todos se suicidan. Por millares estos días se han apiñado en el Walk of Fame del Sunset Boulevard para contemplar la losa de cemento con las huellas de pies y manos del ídolo. El negocio turístico, las ventas de discos, el merchandising se prolongará hasta la eternidad como ocurrió con Marilyn Monroe o Elvis Presley y tantos otros. En el manicomio global, extinta la cordura, ha aparecido la especie del pícaro vivales a costa de los ídolos muertos.
No es fácil ser ídolo. Has de reunir dos facetas. Ser un virtuoso en algún talento extraordinario de base natural. Cantar, correr, pegarle a algo esférico, bailar, saltar y dotes análogas. Si la naturaleza no te dotó con galáctica magnificencia y lo que presentas es fruto del esfuerzo, los estudios o cualquier otra virtud no dada y por ello mediocre, entonces olvídate…, salvo que lo colosal sea tu arsenal crematístico. La segunda faceta es combinar el talento natural o el oro con una vida catastrófica, desintegrada, roída por los reptiles más morbosos y venenosos, hasta la autodestrucción ¿Por qué este cóctel resulta tan inesperadamente idolatrable? Porque los nuevos adoradores ven al dios en el talento natural y a sí mismos en el vacío, las contradicciones y la autodestrucción vital. Por un lado, la distancia insalvable al dios. Por otro, la identificación en el desastre vital.
Si fuéramos cuerdos, lo sobresaliente del pobre Michael Jackson hubiera sido el drama personal, la derrota humana, y sus verdugos. Es decir, la realidad de verdad, la honda y más auténtica, escondida bajo la superficie de la apariencia, el oropel y la incapacidad para sobrevivir en su vida personal a su extraordinario talento artístico. Y en esta dimensión personal, la auténtica y definitiva, surge la zona de la que aprender la lección. No hay peor infierno que una pésima familia. Ese infierno destroza desde la infancia hasta la muerte. Ésta ha sido la zona cero del ídolo muerto. Con misericordia y aflicción sin límites, deberíamos tomar nota -la cuerda y sensata- de las crudas declaraciones de su “segunda esposa” Debbie Row. Según ha manifestado a la prensa, ninguno de los tres hijos de Michael Jackson es suyo, ni siquiera tienen padre y madre conocidos oficialmente. Row confiesa que “vendió” su útero para los dos primeros y que otros dos “progenitores desconocidos” se encargaron del tercero. Se trató de “tener” unos niños, de simular la paternidad y la maternidad, de fingir una familia. Ahora, ella, que dice no haberse sentido jamás madre, no quiere responsabilizarse de ellos. Faltaría más. Ya cobró el dinero por su servicio.
¿Qué futuro les aguarda a la identidad personal íntima, al equilibrio y maduración de su personalidad psicológica, a la adquisición de su capacidad de relacionarse con los demás desde el amor y las virtudes personales, en vez de la desconfianza, la utilidad y, tal vez, la patología? La familia –los vínculos de amor entre esposos, padres e hijos, hermanos, abuelos y nietos- no admiten la simulación, la falsedad, el recíproco utilitarismo…, sin provocar enormes, íntimos y biográficos daños.
En este manicomio global ¿cuál es la esperanza de cordura de nuestros hijos? ¿Cuál el punto de luz tierna, ejemplo vivido de lo verdadero, al que pueden refugiarse para no enloquecer y comprarse un ídolo? La respuesta es “sus padres”. Los padres, como marido y mujer amándose día a día, ante los ojos de sus hijos, conservando la familia y restaurándola en lo pequeño para que no se haga grave y peligroso. Marido y mujer, como padre y madre concordes, enseñando con el ejemplo vivido a crecer desde la verdad de las cosas, la adquisición y mejora en virtudes, la poda cuidadosa y a tiempo de los defectos que apuntan. Los padres… son la luz, la esperanza y el fundamento de la cordura de los hijos. Lo han de ser siempre. Incluso más cuando los hijos ya son padres de sus propios hijos. Pero de los abuelos hablaremos otro día.. Hasta entonces, sólo esta semana han ocurrido muchas cosas. Es bueno comentarlas con los hijos, darles criterio, acompañar su maduración. Demostrarles cómo la verdad se vive, desde la libertad, encarnada con el don natural que tiene la buena familia, que es el amor incondicional a la singular y diferente persona de cada uno.
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