Carta de Benedicto XVI a los obispos: Amor herido que no esconde su amargura y soledad
Se ha producido como un silencio, lleno de estupor y espectativas, tras la publicación del texto completo de la Carta de Benedicto XVI a los obispos.
Conviene leerla: no es larga, ni el lenguaje abrupto. Al contrario, lo que quizá abruma es la breve concisión y claridad con que se dice lo que se dice.
Quizá muchos nos hemos dado cuenta de que es una carta no sólo inusual, sino más bien excepcional y única. Nunca un Papa -entiendo- había abierto así las heridas de su corazón ante la opinión de los obispos, que -por el modo de ser publicada- en definitiva es hoy, directamente, la opinión pública global. La de los católicos y cristianos, y también la de todos los demás, creyentes o no.
Quizá por eso se ha producido como un silencio de respeto ante el dolor con resabor amargo de quien se encuentra solo. No sé por qué, la única imagen que viene a la imaginación es la de Jesús en el Huerto de los Olivos: dirigiéndose a Dios, ante la somnolencia de unos y la inquina mortal de otros. Ante la bellaquería o la ruindad de casi todos.
No quiero pensar en quién ni quienes le han (o hemos) dejado solo. Pero el lamento de Amor a Dios con mayúscula que late en esta Carta debería conmover hasta las piedras. Ojalá me equivoque al pensar que -por el contrario- más de un bellaco y más de un hipócrita aprovechará que Benedicto XVI nos muestra su flanco herido para hurgar y agrandar esa herida.
Lo siento mucho, pero no me bastan las palabras «objetivas» del Padre Lombardi, S.I., director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, dando cuenta del contenido de la carta.
Prefiero repensar algunos párrafos de esa Carta, tan sobrenatural y tan humana a la vez:
(…) «por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente».
Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así.
Pero desgraciadamente este «morder y devorar» existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada.
¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?» (…)
Más que comentar el asunto, no sé por qué, entran ganas de escribir a Benedicto XVI diciéndole que cuente conmigo y con mis pobres plegarias por su persona y por las intenciones de su corazón.
Ignoro si seguirán abiertas estas direcciones de correo de Benedicto XVI, que se hicieron públicas en 2005, según las diversas lenguas:
(Spanish) benedictoxvi@vatican.va
(English) benedettoxvi@vatican.va
(German) benediktxvi@vatican.va
(French) benoitxvi@vatican.va
(Italian) benedettoxvi@vatican.va
(Portuguese) bentoxvi@vatican.va
En cualquier caso, entiendo que vale la pena clikar o copiar una de esas direcciones en nuestro correo y escribirle unas frases personales (con nombre y apellidos: no anónimas), bien de respeto, de admiración, bien de apoyo, de afecto, bien de cariño filial… Mejor sin sentimentalismos ni sentidos trágicos de la vida. Lo que sea: One from the heart ante lo que confiadamente nos dice de sí mismo.
Si la carta de Benedicto XVI es excepcional es porque -entre otras cosas- está escrita ante la opinión pública, y pienso que merece respuesta directa desde la opinión pública.
Lo que cualquiera de nostros quiera decirle, en directo, por e-mail: ciudadanos interpelados de todo el mundo. Usando precisamente internet, como menciona en el segundo párrafo de la Carta.
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