Deseo de ser reelegido indefinidamente

Por el bien de la paz y reconciliación del país

Los obispos venezolanos piden a Chávez que reconsidere su deseo de ser reelegido indefinidamente

Al concluir su 91º Asamblea Plenaria Ordinaria, la Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV) dio a conocer un documento en el que pidió al Presidente Chávez que, por el bien de la paz y reconciliación del país, reconsidere su deseo de aprobar la reelección indefinida. «Como ciudadanos venezolanos y Pastores de la Iglesia, tenemos el derecho y el deber irrenunciables de iluminar la vida social y el discernimiento ético de los cristianos y de las personas de buena voluntad, para defender los valores morales cuando éstos son gravemente lesionados y aportar criterios éticos para la acción que garanticen el bien común de las personas y de la sociedad», señala el comunicado, publicado el martes.

(ACI) La CEV recuerda que «el presente y el futuro del país están condicionados, tanto por la crisis financiera internacional, de cuyas graves consecuencias no estamos exentos, como por nuestra realidad nacional marcada por grandes problemas sociales y por un ambiente de confrontación interno».

Los obispos constatan «con tristeza la pérdida creciente del valor de la vida»: «actualmente Venezuela es uno de los países más violentos del mundo y esta violencia tiene entre sus múltiples causas el tráfico y consumo de drogas, los asesinatos por ajustes de cuenta, el vil e inhumano negocio del secuestro y el aumento vertiginoso del sicariato. Pareciera que la vida humana no vale nada».

El comunicado advierte además que «la convivencia entre nosotros se ha deteriorado gravemente. La intolerancia, la exclusión, la descalificación y el insulto se han convertido en patrones de conducta cotidiana. Rechazamos el irrespeto de la dignidad y los derechos de las personas, entre ellas los Obispos de Venezuela, cuando emiten opiniones distintas a la posición oficial», también cuando por este mismo motivo se excluyen a hermanos venezolanos del ejercicio de cargos en la administración pública y de la recepción de muchos servicios sociales.

Los obispos venezolanos recuerdan que «ya el pueblo en el referéndum del 2007 fue consultado y se pronunció contrario a la reelección indefinida»; por eso «nos preocupa que el intento de revertir esa decisión popular ya expresada, y además con una celeridad inusitada, se traduzca en una mayor confrontación política y social, afectando gravemente una paz ya debilitada».

Luego de explicar las razones jurídicas que constitucionalmente impiden la reelección indefinida que busca el Presidente Chávez, los obispos señalan que ésta «persigue una finalidad referida al poder y a su extensión en el tiempo y no a la superación de las carencias que sufre el pueblo».

Por este motivo, los Obispos solicitan al Presidente que, en sintonía con la decisión popular y con la ley, desista de buscar la reelección por caminos ilegítimos.

El milagro que le salvó

Pietro Schilirò explica a sus seis años el milagro que le salvó

«Los esposos Martin le pidieron a Jesús que me curara y Él me curó»

«Yo nací enfermo y cuando estaba enfermo los esposos Martin le pidieron a Jesús que me curara y Él me curó». Así explica el pequeño Pietro Schilirò, de seis años, el milagro de su recuperación cuando no era más que un recién nacido. Los padres del pequeño Valter y Adele se encomendaron a los esposos Marie Zélie Guérin (1831-1877) y Louis Martin (1823-1894) , los papás de Santa Teresita del Niño Jesús. Gracias a este milagro fue aprobada la beatificación de ambos, que se efectuó el pasado 19 de octubre en la basílica de Lisieux en Francia.

(Zenit/ReL) La familia Schilirò viajó a Roma desde Milán para participar de la audiencia con el papa Benedicto XVI, en el Aula Pablo VI, este miércoles, pues en ella estuvieron presentes las reliquias del matrimonio beatificado.

En el día en el que en México comenzaba el Congreso Mundial de la Familia, el Papa destacó, hablando en francés, cómo los dos esposos vivieron «de una manera tan profunda el misterio del amor de Cristo».

Fueron precisamente los esposos Schilirò, pertenecientes al movimiento Comunión y Liberación, quienes entregaron al Santo Padre un relicario de los esposos Martin.

En diálogo con ZENIT, han narrado cómo ocurrió la curación del pequeño Pietro y cómo este testimonio los ha hecho tener una visión sobrenatural de aquellos momentos de incertidumbre y aparente abandono.

Historia de un milagro

Pietro es el menor de cinco hijos. Nació en Milán el 25 de mayo de 2002. El mismo día le fue detectada una malformación pulmonar grave, razón por la que el neonato permaneció en el hospital donde se le practicó una terapia intensiva para que pudiera respirar.

«Pronto nos dimos cuenta de que la enfermedad era muy grave. No había ninguna posibilidad de curación. Nos pidieron hacerle una radiografía pulmonar para ver qué podía ser», explica Valter.

Era necesario que se le practicara una biopsia, lo que implicaba un gran riesgo para el pequeño. Por ello los padres decidieron bautizarlo de inmediato. Fue así como le pidieron al padre Antonio Sangalli que le administrara el sacramento. El sacerdote carmelita les entregó una estampita de los esposos Martin.

«Ellos habían perdido cuatro hijos en tierna edad. Así podían ayudarnos en esa situación y en lo que el Señor nos estaba pidiendo en ese momento», dice Adele.

Los esposos Schilirò no sabían mucho de la vida de Zélie y Louis, lo poco que conocían era a través de los escritos de santa Teresita. En medio de la incertidumbre por la salud del pequeño descubrieron una «cercanía misteriosa con los esposos Martin», según confiesa Vlater.

«Nosotros nos atrevimos a pedirle al Señor aquello que llevábamos en el corazón: la curación de Pietro. El Señor nos había puesto entre las manos de los esposos Martin», testimonia la madre del pequeño.

En medio del sufrimiento, y al ver a su hijo recién nacido conectado a tantos aparatos artificiales para poder respirar, Adele y Valter entendieron que deberían preguntarle a Dios cuál era la voluntad para Pietro: «Para nosotros esto ha sido muy importante porque nos ha ayudado a mirar lo que nuestro hijo estaba viviendo. Vivía plenamente su vocación a través de lo que hacía en su sufrimiento. Participaba en la salvación de las almas con Jesús. Para nosotros éste ha sido el primer milagro», asegura Valter.

El 26 de junio Pietro sufrió una fuerte crisis respiratoria. «Los médicos nos dijeron que era cuestión de pocas horas o de cualquier día pero que de todas maneras para Pietro no había esperanza», comenta Adele.

Tras rezar varias veces la novena a los esposos Martin, el 29 de junio, día en que la Iglesia celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo, Pietro comenzó a dar señales de mejoría. Dos semanas después el pequeño ya respiraba sin oxígeno y los médicos aseguraron que su curación era «un hecho sorprendente». Los padres se lo comunicaron al padre Antonio y fue así como el sacerdote se convirtió en el vicepostulador de la causa de beatificación de Zélie y Louis.

«Estamos verdaderamente colmados de agradecimiento. Nos sentimos sobrepasados,» asegura Adele.

A lo que Valter agrega: «No es un mérito para nosotros en absoluto. Lo que le ocurrió a Pietro es algo para toda la Iglesia. De hecho, hoy estamos aquí para presentar al Papa esta reliquia, que es un signo de agradecimiento para toda la Iglesia».

Hoy Pietro es un niño normal: juega, va a la escuela y sabe muy bien que fue curado gracias al milagro de los esposos Martin.

«Todas las noches se encomienda con nosotros, en familia, a los padres Martín, rezando por las personas que nos piden sus oraciones», dice Adele.

«Reza también por el Papa y por todos nuestros queridos amigos sacerdotes, y por una gran lista de gente» agrega Valter.

Los papás de Pietro entienden muy bien lo que significa confiar en la Providencia cuando se sufre por la salud de los hijos: «Yo aconsejaría a los padres de los niños enfermos que no pierdan la esperanza de acercarse a Cristo a través de sus santos. Que se atrevan a pedir, porque el Señor es un Padre bueno. Es necesario tener esta fuerza de entender que lo que ocurre siempre es para el bien de todos», dice Valter.

«En un momento de prueba, el Señor nos pide mucho, pero si se pone la esperanza y la fe en Él, nos colmará con mucho más. Hay que pedir la conversión del propio corazón. Es la primera curación que se debe pedir siempre», señala Adele.

Publicado el 15 Enero 2009 – 8:05am

Para ser buenos padres

Diez mandamientos para ser buenos padres

1. Demuéstrale lo mucho que le quieres.

Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo demuestran cada día?, ¿les dicen que ellos son lo más importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la vida? No es suficiente con atender cada una de sus necesidades: acudir a consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes con sus compañeros de juegos. Hacerles ver que nuestro amor es incondicional y que no está supeditado a las circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse será vital también para el futuro. Sólo quien recibe amor es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de respetarse las normas de convivencia.

2. Mantén un buen clima familiar.Para los niños, sus padres son el punto de referencia que les proporciona seguridad y confianza. Aunque sean pequeños, perciben enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones en su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos callamos, podrían pensar que ellos tienen la culpa.Si presencian frecuentes disputas entre sus padres, pueden asumir que la violencia es una fórmula válida para resolver las discrepancias.

3. Educa en la confianza y el diálogo.Para que se sientan queridos y respetados, es imprescindible fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su edad, con actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas! Tampoco debemos prometerles nada que luego no podamos cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.

4. Debes predicar con el ejemplo.Existen muchos modos de decirles a nuestros hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como poner en práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes resultados. No olvidemos que ellos nos observan constantemente y «toman nota». No está de más que, de vez en cuando, reflexionemos sobre nuestras reacciones y el modo de encarar los problemas.Los niños imitan los comportamientos de sus mayores, tanto los positivos como los negativos, por eso, delante de ellos, hay que poner especial cuidado en lo que se dice y cómo se dice.

5. Comparte con ellos el máximo de tiempo.Hablar con ellos, contestar sus preguntas, enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos, compartir sus juegos… es una excelente manera de acercarse a nuestros hijos y ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto más pequeño sea el crío, más fácil resulta establecer con él unas relaciones de amistad y confianza que sienten las bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario, exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos como para nosotros.A ellos les da seguridad saber que siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al máximo los fines de semana.

6. Acepta a tu hijo tal y como es.Cada crío posee una personalidad propia que hay que aprender a respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver reflejadas en él; entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes.No hay que crear demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.

7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea.Un niño es lo suficientemente inteligente como para asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus padres. No es preciso mantener un ambiente de disciplina exagerada, sino una buena dosis de constancia y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y hacerse daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le rodean.Muchos niños tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres quienes, como respuesta a las carencias que ellos tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal sería que poseyeran sólo aquellos juguetes con los que sean capaces de jugar y mantener cierto interés.Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una buena medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.

8. Los castigos no le sirven para nada.Los niños suelen recordar muy bien los castigos, pero olvidan qué hicieron para «merecerlos». Aunque estas pequeñas penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en técnica educativa habitual, nuestros hijos pueden volverse increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta aceptable con otras alternativas.

9. Prohíbele menos, elógiale más.Para un crío es tremendamente estimulante saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que además se sienten orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo para regañar.Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan realizado, obtendremos mejores resultados.

10. No pierdas nunca la paciencia.Difícil, pero no imposible, Por más que parezcan estar desafiándote con sus gestos, sus palabras o sus negativas, nuestro objetivo prioritario ha de ser no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que podemos hacerles es muy grande. Decirles: «No te aguanto»; «Qué tonto eres»; «Por qué no habrás salido como tu hermano» merman terriblemente su autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están muy interesados en conocer su nivel de competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su autoconfianza. Contar hasta diez, salir de la habitación…, cualquier técnica es válida antes de reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas.En caso de que se nos escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos.

Tomado de la revista BABY

La clave del éxito en el matrimonio

Castidad conyugal: «Amor triunfal de dos personas sexuadas».

Hablar de castidad en pleno siglo XXI puede parecer chocante y anacrónico. Tal vez porque, erróneamente, ese término suele aludir a un conjunto de negaciones del todo ajenas al amor, hasta acabar por identificarse con la pura y simple abstención del trato corporal.

Refiriéndola a los casados, y con palabras que recuerdan las antes citadas, la castidad conyugal sería la virtud que hace posible y facilita que a los quince, veinte, veinticinco o muchos más años de matrimonio, cada esposo se encuentre tan enamorado del otro y éste le resulte tan atractivo, en todos los sentidos del término, como aquel día ya lejano en que los dos quedaron recíprocamente prendados; o mejor, porque es más cierto, mucho más amable y arrebatador que entonces, por cuanto el cariño prolongado le ha conducido a descubrir y ahondar en su riqueza personal y en su hermosura más real y certera.

La castidad, por consiguiente, es algo grande, excelso, positivo, que no se limita o resuelve en un conjunto de prohibiciones y que va mucho más allá de los dominios de la mera genitalidad. Su objeto propio, como el de toda virtud, es el amor: En este caso, el amor de dos personas sexuadas -varón y mujer- y justo en cuanto tales. Y su fin, hacer que se despliegue y fructifique ese cariño en todas y cada una de sus dimensiones, no sólo en las directamente relacionadas con el trato corporal ni genital.

Acrecentar el cariño

Se entiende entonces que el principal y más definitivo acto de esta virtud consista en fomentar positivamente, con las mil y una finuras que el ingenio enamorado descubre, el amor hacia el otro cónyuge.

Por eso, para vivirla en toda su grandeza, es oportuno que cada miembro del matrimonio dedique expresamente todos los días unos minutos a decidir aquel o aquellos detalles de cariño y delicadeza con los que dará una alegría al otro y elevará la calidad y la temperatura del amor mutuo; como también que ponga todos los medios a su alcance para que esas manifestaciones de afecto decidido lleguen a cumplirse, teniendo en cuenta que si no se empeña en darles vida es muy posible que el trabajo y las demás ocupaciones las dejen en simple «buena intención».

De manera similar, un marido enamorado tiene que estar dispuesto a repetir muchas veces al día a su esposa, junto con otras manifestaciones de afecto, que la quiere. ¡Claro que ella ya lo sabe! Pero necesita de forma casi perentoria que semejante confirmación gozosa le entre por los oídos muy a menudo: es una delicadeza aparentemente mínima, pero que la reconforta y le da vigor para seguir en la brega, a veces ingrata, de sacar adelante con bríos renovados el hogar y la familia. Y el varón, por su parte, además de agradecer también en muchos casos la declaración paralela de su esposa, necesita pronunciar esas palabras para reforzar, mediante la afirmación expresa y materializada, los quilates de su amor y de su fidelidad.

Además, y por poner otro ejemplo, marido y mujer han de esforzarse asimismo con frecuencia por sorprender a su pareja con algo que ésta no esperaba y que revela su aprecio e interés por ella. No sólo en los días señalados, en los que esas manifestaciones «ya se suponen», sino justo en aquellos otros en los que no existiría ningún motivo para tener una atención especial… ¡excepto el cariño enamorado de los cónyuges, siempre vivo y siempre creciente! Teniendo en cuenta, por otro lado, que lo importante es ese fijar la mirada en el otro, dedicarle tiempo y atención, y no necesariamente el valor material de lo que se ofrenda.

En la misma línea, para vivir la plenitud del amor que aquí estamos considerando, resulta imprescindible que los cónyuges sepan encontrar ratos para estar, conversar y descansar a solas, en las mejores condiciones posibles, venciendo la pereza inercial que a veces pudiera acosarles. Sin hacer de esto un absoluto, sino a modo de simple sugerencia, una tarde o una noche a la semana dedicada en exclusiva al matrimonio, además de facilitar enormemente la comunicación, constituye uno de los mejores medios para que la vida de familia -y, por tanto, el cariño hacia los hijos- progrese y se consolide, hasta dar frutos sazonados de calidad personal. Por eso, la solicitud y el mimo a la propia pareja debe anteponerse a las obligaciones laborales y sociales y, si valiera la contraposición un tanto paradójica, incluso al cuidado «directo» de los niños… que quedará potenciado por el amor mutuo de sus padres.

Fomentar la atracción

A la vista de cuanto estamos viendo, resulta fácil comprender que es un acto de virtud -de la virtud de la castidad, en concreto- hacer cuanto esté en nuestras manos para aumentar la atracción, también la estrictamente sexual, a y de nuestro cónyuge.

Particularmente, parece manifestación de buen sentido aprovechar el gozo entrañable que está unido al abrazo amoroso personal e íntimo para resolver pequeñas discrepancias o desavenencias surgidas durante el día, para poner fin a una situación de tirantez, o para relajarse en momentos en que la vida profesional o familiar de uno u otra generan especiales tensiones. Como consecuencia, entre otras cosas, ambos tendrán que prestar atención a su aspecto físico.

Como también resulta imprescindible, y estamos ahora ante una cuestión más de fondo y de conjunto, que ambos esposos sepan presentarse y contemplarse, a lo largo de toda su vida, por lo menos con el mismo primor y embeleso con que lo hacían en los mejores momentos de su etapa de novios. Obrar de otra manera, dejar que el amor se enfríe o se momifique, equivale a poner al cónyuge en el disparadero, propiciando que busque fuera del hogar el cariño y las atenciones que todo ser humano necesita la cualquier edad!… y que nunca deben darse por supuestos.

Situada en este horizonte vital, la mujer debe estar persuadida de que la fecundidad embellece y de que su marido posee la suficiente calidad humana para apreciar la nueva y gloriosa hermosura derivada de la condición de madre.

Ciertamente, la maternidad reiterada suele «romper las proporciones materiales» que determinados y superficiales cánones de belleza femenina pugnan por imponernos. Pero el menos perspicaz de los maridos, si se encuentra de veras enamorado, advierte el esplendor que esa «desproporción» lleva consigo; reconoce que su mujer es más hermosa -e incluso sexualmente más atractiva- que quienes se pavonean con un remedo de belleza reducido a «centímetros» y «contornos».

A poca sensibilidad que posea, un varón descubre embelesado en el cuerpo de su mujer, acaso menos vistoso: I) el paso de su propio amor de marido y padre; II) la huella de los hijos que ese cariño ha engendrado ¡Cómo no habría de sentirse cautivado por semejantes enriquecimientos!

Después de bastantes años de casado y de trato con otros matrimonios, en ocasiones experimento la necesidad de pedir a las esposas que se «conformen» con gustar a sus maridos… y gocen plenamente con ello. Que, sobre todo con el correr del tiempo, no pretendan «gustarse a sí mismas» son sus críticas más feroces- ni admitan comparaciones con sus amigas o con otras personas de su mismo sexo… y mucho menos con las más jóvenes. Que crean a pies juntillas a sus esposos cuando éstos le digan que están muy guapas, sin oponer siquiera en su interior la más mínima reserva… Toda mujer entregada -esposa y madre- debe tener la convicción inamovible de que incrementa su hermosura radicalmente humana en la exacta medida en que va haciendo más actual y operativa la donación a su esposo y a sus hijos.

Tú y solo tú

La otra cara de la virtud de la castidad, aparentemente negativa, pero derivada de la misma necesidad de hacer crecer el cariño mutuo, podría concretarse en la obligación gustosa de evitar todo lo que pudiera enfriar ese amor o ponerlo entre paréntesis, aunque fuera por unos minutos. Por tanto, el sentido de esa renuncia es eminentemente positivo: de lo que se trata, también ahora, es de que el amor conyugal madure y alcance su plenitud. No debería olvidarse este extremo si se quiere comprender a fondo el verdadero significado de la virtud de la castidad, su valencia de tremenda afirmación.

Si nos atenemos a quienes se hallan unidos en matrimonio, que son los que aquí estamos contemplando, esa afirmación, tomada en serio, se constituye en criterio claro y delicadísimo de amor al cónyuge. Para el hombre casado no puede existir otra mujer, en cuanto mujer, más que la suya. Obviamente, ese varón (y lo mismo, simétricamente, se podría afirmar de su esposa) se relacionará con personas del sexo complementario: compañeras de trabajo, secretarias, alumnas, coincidencias en viajes… Y la educación y el respeto le llevará comportarse con ellas con delicadeza y deferencia. Pero a ninguna la tratará en cuanto mujer -poniendo en juego su condición de varón, que ya no le pertenece-, sino exquisitamente en cuanto persona.

Y esto, que de entrada podría presentarse como en exceso teórico e incluso artificial y alambicado, tiene una traducción muy clara y operativa: todo lo que yo hago con mi mujer justamente por ser mi mujer debo evitarlo al precio que fuere con cualquier otra: lo que comparto con ella por ser mi esposa no puedo compartirlo con nadie más.

Aunque estemos ante personas aparentemente maduras, en este punto es muy fácil ser ingenuos. Pues, en principio, y después de unos cuantos años de tratar a diario con nuestra pareja en los momentos de alza y en los de bancarrota, cualquier otra mujer o cualquier otro varón se encuentran en mejores condiciones que los propios para presentar ante nosotros «intermitentemente» -en los aislados espacios de trato mutuo- su cara más amable. No nos los encontramos sin arreglar, recién levantados o levantadas, cuando podría incluso decirse que «simplemente no son ellos/as»; ni suelen estar cansados o cansadas, ni tienen que resolver con nosotros los problemas planteados por los hijos o los quebraderos de cabeza de una economía no muy boyante…

Arreglado o arreglada, dispuesto casi por instinto y con la más limpia de las intenciones a gustar y caer bien, pueden dar de sí lo mejor que poseen, sin que exista el contrapeso de los momentos duros y de flaqueza que por fuerza se comparten en el interior del matrimonio. Además, él o ella suelen ser más jóvenes y más comprensivos (entre otras cosas, porque no nos conocen a fondo), y se encuentran pasajeramente adornados con muchas prendas que, de manera un tanto artificial, engalanan su figura y su personalidad ante nuestra mirada -en esos momentos no del todo perspicaz-… y que el trato continuado y duradero sin duda devolvería a sus auténticas dimensiones.

Para redondear esta idea, y para ir terminando lo que de otro modo resultaría inacabable, añadiré que es bastante difícil que una mujer distinta de la propia deje de comprender los problemas que sufrimos en nuestro hogar y en nuestro matrimonio y de experimentar, al conocerlos, una sincera compasión por nosotros. Como también es improbable -aunque por motivos muy distintos- que un varón deje de entender los de una mujer casada si cede a que se los explique. En los dos casos es menester una categoría hoy por desgracia no muy frecuente para quedar mal y rechazar de manera educada pero decidida ese tipo de confidencias.

Y todo ello resulta, sin embargo, necesario para no enredar con la dicha propia y ajena y poner a nuestros «hijos» en un brete, vendiendo la grandeza profunda de una vida de familia vivida en plenitud por el superficial embeleso de unos momentos de satisfacción egocéntrica. El amor que empapa nuestro hogar nos llevará a eludir esas gratificaciones aparentes, con objeto de robustecer los cimientos de nuestra felicidad en el matrimonio.

Por Tomás Melendo