Bicentenario de Darwin: no disparen al pianista
Fuente: Blog del Padre Fortea
Como se va a cumplir el bicentenario del nacimiento de Darwin, y el NO-DO gubernamental nos va a dar la matraca durante varios días, en las noticias y los documentales, acerca de lo malos que fueron los obispos, el Papa, los arciprestes y hasta las monjas de clausura con San Charles Darwin, me gustaría decir cuatro cosas.
La primera es que Charles era anglicano, y fueron los sermones anglicanos los que le atacaron. Aquí la Iglesia no tuvo ni arte ni parte. Sí, quizá sea una de las pocas cosas en las que la malvada Iglesia Católica no tuvo culpa. Conviene decirlo, porque llevamos cargando con el cadáver de Servet desde hace siglos. Normalmente cargamos con cualquier cadáver cuya autoría no esté muy clara. Según los documentales de TV2 y las series históricas de Antena3, cualquier intelectual que muriera en siglos pasados y no lo hiciera de muerte natural, es que la Inquisición estaba detrás.
Segundo. Charles no perdió ninguno de sus miembros en ningún potro victoriano. Sólo se le lapidó con sermones. Sea dicho de paso, los sermones anglicanos siempre han sido muy moderados. No tienen nada que ver con la osadía y el fierro hispano. Así que Charles siguió tomando el té y yendo al club, como si nada
Tercero. De la inteligencia de Charles hay sobradas pruebas, una de ellas es que comenzó los estudios para ser sacerdote (anglicano). Sin ese deseo de ser sacerdote que le llevó a Cambridge, nunca hubiera conocido al reverendo John Henslow, y por ende nunca se hubiera embarcado en el Beagle. Dicho de otro modo, sin su deseo de ser cura nunca hubiéramos tenido la teoría evolucionista darwiniana. Aunque probablemente Stalin, Bakunin o Rosemberg hubieran acabado inventando algo por el estilo, aunque con más chispa. Darwin siempre fue un poco rollo, reconozcámoslo.
Cuarto. Los anglicanos lo enterraron en la abadía de Westminster. En eso fueron listos, porque los católicos con tal de fastidiar a esos cismáticos, hubiéramos sido capaces de enterrarlo en el Vaticano junto a San Pío X.
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