
Se ha pedido el cese de la directora por herir la sensibilidad de los pobres chicos de primero de ESO, que se habían esmerado en hacer un trabajo, y tirar a la basura toda su ilusión. Además, la profesora de religión ha visto totalmente desprotegida su dignidad como docente y no respetada su libertad de cátedra dentro del aula.
Este laicismo que nos invade, imperativo al que estamos sometidos los cristianos por no poder hacer uso de nuestra libertad religiosa es, en el fondo, una discriminación que ya viene de lejos. Está lleno de un rencor y un complejo que demuestran intolerancia, falta de talante, incultura, fundamentalismo y falta de sensibilidad y respeto hacia los ciudadanos. ¿Qué será lo próximo: impedir los desfiles procesionales de Semana Santa en la calle, prohibir la celebración pública del Corpus Christi, impedir que Benedicto XVI vuelva a España…?
Este gesto, absurdo y destructivo, retrata a esta directora de colegio, no como defensora de las libertades ni como buscadora de la excelencia educativa o de difíciles equilibrios que sólo existen en una atormentada cabeza, sino como una persona incapaz de respetar aquello con lo que no está de acuerdo. La discrepancia y la variedad de opiniones nos enriquecen, siempre que exista el respeto, por eso, lo que ha ocurrido en este centro educativo tiene un nombre: intolerancia.